Por cada día que pasaba, más gente llegaba de pasar sus maravillosas o desastrosas vacaciones. Algunos de la playa, otros de cruceros y otros, ni siquiera se sabe de dónde.
Los dos besos de cuando conoces a alguien se estaban multiplicando cada vez más. Algunas veces Elena se liaba con el nombre de las personas con las que estaba.
Se asomó al balcón, contemplando la piscina, como el primer día. Miraba a los niños correr, a las mismas de siempre jugando a las cartas, a madres fumadoras en tumbonas que intentaban tener en la piel el mismo color que el de un grano de café.
El calor era insoportable pero afortunadamente, de vez en cuando, corría una suave brisa que revolvía el cabello de Elena, que le iba a los ojos y apartába rápidamente, volviéndose a apoyar los codos en la barandilla.
Seguía mirando, esta vez sin saber dónde, entreteniéndose con sus pensamientos. Sus amigos, a tantos kilómetros de ella y por mucho que gritara lo mucho que los necesitaba, lo mucho que quería estar con ellos, no la iban a oír.
Tantos años juntos, esos recreos cantando, jugando a compradores y vendedores, tantos bailes, discusiones, risas, secretos...tantos momentos. Se sintió tan sola en ese instante, arropada por tantos recuerdos que no hacían más que intensificar ese anhelo por los suyos.
No podía luchar con la distancia, ahora su lugar era ese y no podía hacer nada por ello.
Quedaba menos de una semana para que empezara el instituto y lo único bueno que había de ello es que nadie la conocía, nadie la podría juzgar, podía empezarlo todo bien, lejos de peleas como las que ya había tenido.
-¡Qué asco me das niña! Como te pille...
-¿Qué? ¡Mira como tiemblo! -inmediatamente después una patada dio contra su mochila. -¿Pero qué haces imbécil?
-¡Cállate la boca!¡Cállate!- un grupo de chavales cogieron a la chica cuya agresividad aumentaba por momentos. Elena sabía que de un momento a otro podía cogerla de los pelos y la adrenalina la paralizaría. Por suerte, no ocurrió nada.
El destino nos brinda oportunidades que no podemos dejar escapar.
Cuando cometemos un error, el destino está ahí para darnos otra ocasión, otra oportunidad para corregirlo y no volver a hacerlo.
-Elena, date prisa que tenemos que ir a comprar los libros, que son para ti, no para mí, ¡eh!
-Vale papá, ya voy, que sólo me queda la colonia y ya estoy.
-Si cierran no es mi culpa...- dijo Pedro, cantando.
Llegan por fin a la calle, Pedro frena y apaga el motor. Entran algo acelerados y preguntan a la dependienta por su reserva.
-Veníamos a por los libros... a nombre de Elena.
La dependienta, se colocó las gafas y preguntó con un tono impertinente.
-Elena... ¿qué más?.
-Delgado. Elena Delgado.- La voz profunda del padre le impactó un poco a la chica que buscó apresuradamente en el almacén los libros reservados un mes antes.
-Aquí están, falta el de Música, porque nos habían traído la edición antigua y al confirmar el pedido nos dimos cuenta que era la edición nueva.
-¿Y para cuándo estará?
-Para el viernes máximo.
-Perfecto, pues el viernes vendremos a por el libro.
Pagó con tarjeta y con una seria expresión se dirigió hacia su hija.
-Espero que cuides bien de los libros, porque con lo que me han costado, más te vale que no vea ni una raya. ¿Te ha quedado claro?- Con esa forma de hablar dio la sensación de que se había gastado bastante dinero.
-Sí, tranquilo.- Contestó ella mientras miraba los libros.
Al leer "Matemáticas 4" se deprimió. Odiaba las matemáticas, y además de ello, no se le daban muy bien, tal vez esa sería la razón y quedaba poco para volver a comerse la cabeza con letras y números. Cinco días.
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